domingo, 19 de abril de 2009

El lenguaje perdido de las grúas / David Leavitt

GIF ANIMADO PEQUEÑO de LA MUJER GATO en NUEVA YORK

El lenguaje perdido de las grúas

Jeren lo encontró por casualidad. Estaba trabajando una tarde en la biblioteca - perdiendo el tiempo, en realidad-, hojeando índices de revistas y publicaciones psicoanalíticas en busca de algo que le proporcionara una clave, una nueva base para salir del descomunnal embrollo en el que estaba perdida. en siete años, había cambiado de tema docenas de veces: desde el abandono de niños pasando por la fenomenología de la adopción hasta los lenguajes perdidos y los niños que balbucean en sus dormitorios. con todo, periódicamente le renovaban la beca y, al parecer, seguirían renovándosela sin limitación de tiempo porque una parte de los profesores de la falcultad de Filosofía estaba convencida de que era un verdadero genio y el resto temía que , si le quitaban la subvención, pudiera volverse loca y volarles la tapa de los sesos con una escopeta de cañones recortados, como había hecho un graduado en matemáticas de Stanford. Inspeccionaba el índice, un poco harta ya pensando en la comida, cuando descubrió el resumen de un caso que la intrigó. estaba incluido en una colección de artículos de psicoanálisis guardados en unos estantes perdidos. Siguío la pista de la signatura y cogío el libro del anaquel. Leyó el artículo una vez, rápidamente y con un poco de ansiedad, saltándose frases para encontrar la tesis sostenida por el autor, tal y como había aprendido hacía tiempo. Luego volvió a leerlo más despacio. cuando terminó respiraba ruidosa e irregularmente, su pie golpeaba el oscuro suelo metálico de las estanterías y el corazón le latía con fuerza.
Era la historia de un niño, llamado Michael en un artículo , nacido de la violación de una adolescente posiblemente retrasada. hasta la edad de dos años vivió con su madre en un piso junto a un solar en construcción. La madre se pasaba el día entrando y saliendo del apartamento, perdida en su propia locura, apenas era consiente de la presencia del niño ni sabía cómo alimentarlo o cuidarlo. Los vecinos estaba alarmados por los lloros de Michel y muchas veces, cuando llamaban a la puerta para pedir a la madre que lo calmara, descubrían que el niño estaba solo. Salía a todas horas y abandonaba al niño sin nadie que lo vigilara. Pero, de pronto, un día el niño dejó de llorar. Al día siguiente, el silencio continuo. Y así durante varios días en los que apenas se oyó un ruido. Los vecinos llamaron a los bomberos y a los asistentes sociales, quienes encontraron al niño echado en su cama junto a la ventana.
Estaba vivo y presentaba un aspecto notable, a juzgar por la severidad con la que había sido descuidado. Jugaba pacíficamente en su mugrienta cama y se detenía cada pocos minutos para mirar por la ventana. Su juego no se parecía a nada de lo que pudieran haber visto antes. Miraba por la ventana y levantaba los brazos. Los movía dando sacudidas y se paraba. Se ponía de pie sobre sus flacas piernas y se caía, pero volvía a incorporarse. Emitía ruidos extraños con la garganta, una especie de chirrido. ¿Qué estaba haciendo?, se preguntaron los asistentes sociales. ¿A qué clase de juego está jugando?
Entonces miraron por la ventana y descubrieron varias grúas que levantaban vigas y agitaban con sus brazos únicos barras de hierro para su demolición. Cuando la grúa se levantaba, Michel se levantaba; cuando se inclinaba, él se inclinaba. Cuando los frenos chirriaban y el motor zumbaba, él chirriaba con los dientes o zumbaba con la lengua.
Lo cogieron y se lo llevaron. entonces, empezó a llorar de modo histérico. Era imposible calmarlo, completamente desconsolado al verse separado de su amada grúa. Años más tarde, siendo un adolescente, lo llevaron a un hospital psiquiátrico. Se movía como una grúa, hacía ruidos como una grúa y, aunque los médicos le enseñaron muchos dibujos y juguetes, sólo respondió a los dibujos de grúas y sólo jugaba con los juguetes de grúas. Sólo las grúas lo hacían feliz. Por ello recibió el nombre de "el niño grua". La pregunta que, leyendo el artículo, le vino a la mente fue ¿A qué suena todo esto? ¿A qué se parece? Ese lenguaje pertenecía exclusivamente al Michel y, con el, se perdió para siempre. Qué maravillosas, qué imponentes debieron parecerle esas grúas en comparación con las pequeñas y torpes criaturas que lo rodeaban. Todo el mundo, a su manera, pensó Jerene, encuentra lo que debe amar y lo ama. La ventana se convierte en espejo, sea lo que sea aquello que amamo, en eso nos convertimos nosotros.

El lenguaje perdido de las grúas
David Leavitt